Qué significa "tener duende", de dónde viene y por qué nombra algo que todavía hoy no se puede explicar del todo.
No es una palabra moderna ni una invención poética. Duende tiene siglos de historia y ha pasado de ser un espíritu que habitaba las casas a convertirse en una forma de nombrar lo que conmueve. La expresión "tener duende" atraviesa el flamenco, la poesía, el arte y la emoción. Y aunque es difícil de definir con precisión, todos sabemos cuándo está presente. Este es su origen, su recorrido y su fuerza.
La palabra duende viene del español antiguo. Es una contracción que significaba “dueño de casa”. En el siglo XVI ya se usaba para referirse a un espíritu doméstico, un ser invisible que provocaba ruidos extraños, movía objetos sin explicación y alteraba el orden habitual de un hogar. Una presencia que no se veía, pero se sentía. La Real Academia Española aún conserva esa acepción en su diccionario: “espíritu fantástico que, según algunos, habita en ciertas casas y causa en ellas diversos trastornos”.
Con el tiempo, la palabra cambió de lugar. Dejó las casas y empezó a aparecer en la voz de un cantaor, en el gesto quebrado de una bailaora, en un poema, en una imagen, en algo que de pronto tenía más peso del que parecía. Tener duende pasó a ser una forma de decir que hay algo más allá de la técnica: algo que vibra, que duele, que quiebra, que toca.
El poeta Federico García Lorca fue quien llevó la expresión al arte con toda su fuerza. En 1933, en su conferencia Juego y teoría del duende, dijo que el duende no venía del cielo, como las musas. Venía de la tierra. De la planta de los pies. De la herida. “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, escribió. No era un elogio decorativo. Era una categoría de verdad.
Lorca explicó que el duende no es talento, ni gracia, ni estilo. Es otra cosa. Es una emoción encarnada. Es lo que pasa cuando lo que se crea no se sostiene solo en el saber hacer, sino en la entrega, en la lucha, en la fragilidad. Es lo que aparece cuando el artista se deja atravesar.
Es lo que aparece cuando el artista se deja atravesar.
Con los años, la expresión se extendió. Se usa en el flamenco, sí, pero también en el teatro, en la danza, en la música, en el diseño, en el cine, en la comunicación. Hay campañas con duende. Hay ideas que lo tienen. Y hay otras que no, aunque estén perfectamente hechas.
Hoy, tener duende es provocar una reacción que no se puede forzar ni fabricar. Es lograr que lo que hacemos (sea un trazo, una voz, una historia o una puesta en escena) deje marca. Que no pase sin dejar algo. Que conecte con alguien más, en un lugar que no siempre sabemos nombrar.
No es un término técnico. Pero nombra algo muy real.
Algo que se nos metió adentro, y nunca más lo dejamos ir.