Sara Jaramillo nos enseña a convertir una anécdota en una verdadera historia, de esas que emocionan y nos demuestran la magia de las palabras.
No es nada fácil tomar el lápiz y sentarse a escribir en el pueblo que inspiró a García Márquez para crear Macondo. Aun así, lo intentamos. El ventilador del techo, las paredes blancas, la ropa ligera y las ventanas abiertas no son suficientes para combatir el calor de Mompox a las cinco de la tarde... el sudor en las manos hace que el lápiz se resbale por los dedos.
Sentada en un escritorio de madera oscura está Sara Jaramillo Klinkert, novelista, periodista y la primera profesora de El viaje de las historias. Está aquí para enseñarnos a narrar, a expandir la vida real y transformarla en ficción, a convertir el ojo en lupa para encontrar los mejores relatos.
“En todas partes hay historias, el trabajo del escritor es reconocerlas”, nos dice. Pero cuidado, hay que ir más allá de la simple anécdota. Necesitamos ingredientes para comunicar y, sobre todo, emocionar. ¿Cómo? Pues lo principal, nos cuenta Sara, es delimitar bien el tema y la historia: no podemos contarlo todo, primero, porque es imposible, y segundo, porque hay que dejar que las personas hagan su parte y complementen el relato a medida que avanza la lectura. Luego, hay que escoger muy bien el argumento, cuál será el conflicto al que se enfrentará nuestro héroe y cómo lo resolverá. Por último, hay que pensar muy bien qué acompañará al protagonista y sus acciones: qué recuerdos lo van a motivar o atormentar, cómo es el ambiente en el que se mueve, cómo suenan los lugares por los que camina, a qué huele la casa en la que vive, qué gusto tiene el sudor en su boca después de haber corrido por su vida o de haber tenido un ataque de pánico, qué pensamientos no lo dejan dormir después de haber ganado o fracasado.
Si alguien sabe muy bien cómo convertir las anécdotas en historias, es Sara. Por muchos años cargó pesos que no la dejaban avanzar, que la hacían volver a los mismos lugares: la muerte de su padre, la adicción de su hermano, el silencio de su madre. No fue hasta que se sentó a narrarlos —a narrarse— que fue descargándolos en cada renglón que dejaba en la hoja.
Ahora, esas piedras en la espalda se han convertido en combustible para la escritura. Las novelas Cómo maté a mi padre (Angosta editores, 2019) y Donde cantan las ballenas (Lumen, 2021) son el resultado de una profunda autopsia de su memoria. Mientras la primera es un autorretrato, la segunda es la metamorfosis fantástica de lo que pudo haber sido su niñez.
¿Y qué hacemos cuando ya tengamos la historia o, al menos, las nociones principales? Empezar a escribir. Si bien no se le puede decir a otro cómo se debe hacer, Sara nos deja algunas recomendaciones:
- No esperes milagros.
- No te creas demasiado listo.
- No te pavonees ante el lector.
- No comiences una historia con descripciones o retrospectivas.
- No te dé miedo meter a tus personajes en conflictos.
- No uses personajes pasivos que sean incapaces de luchar.
- Que tus personajes no den sermones.
- Usa un lenguaje natural, claro y directo.
- No temas repetir “dijo…”.
- No dejes de ejercitar y afinar tus dotes de observación.
- No cometas errores de anacronismo histórico o geográfico.
- Deja respirar a los personajes.
- No seas críptico.
- No te preocupes por lo que dirán los demás.
Y lo más importante: escribe con encanto. No es lo mismo escribir bien que escribir con encanto. Lo primero es fácil, es respetar las normas básicas de la ortografía y procurar siempre la coherencia. Pero escribir con encanto es darles poderes a las palabras: hacer que transporten al lector; que le hagan sentir frío, dolor o cansancio; que causen miedo o llenen de esperanza, que conmuevan. Ya lo decía Federico García Lorca: hay que escribir con duende, o sea, escribir con magia.